Y crucé, y me encontré con la nada. La antigua y artificial luminosidad que había invadido los pulcros cuartos anteriores iba desvaneciéndose, poco a poco, pero tan rápido que cuando la puerta se cerró, todo quedó en la más anómica oscuridad. No corría viento en aquella habitación: no habían olores, no había movimiento, no había nada. El espacio (o el tiempo, tal vez) se había deformado hasta tal punto que había perdido cualquier tipo de forma; parecía como si mi conciencia flotara, etérea, en un yermo desterrado de imágenes, sonidos o cosas... no sabría como describir lo que sería indescriptible, pero la soledad, creo, es lo más cercano a mi incertidumbre errante en aquella oscura habitación. Claro que las abstracciones, las tautologías con las que tanto se atontan los filósofos, quedaron completamente obsoletas cuando se encendieron las luces.
No me había dado cuenta hasta entonces pero al parecer muy cercanos a mis pies crecían unos pequeños focos -unas bombillas redondas como del tamaño de una mano y de lo más simpáticas- que comenzaron a encenderse y a soplar una débil luz amarillenta, describiendo así las aristas e intersecciones del pasillo en el que me encontraba. Estas luces, un tanto mortecinas, no llegaban a mostrar claramente el techo y con suerte alcanzaban a permitirme no tropezar mientras daba algunos pasos hacia delante; al menos podía ver mis pies y mis manos. El camino, así, resultaba un tanto fantástico con esas luciérnagas al borde del camino y yo avanzando bajo un techo con luna nueva, sin saber a dónde me dirigía y un poco más escéptico y asombrado con cada paso que daba.
Un paréntesis.
En algún viejo continente, perdido y olvidado, se dice que el mundo es oscuridad. La esencia básica de todo lo que nos rodea es ese incandescente negro que, aunque si bien las sombras no tienen colores, podría hacerse una aproximación. Este negro, esta sombra, piénsenlo un segundo como el silencio, piénsenla como la oscuridad, piénsenla como un secreto. Un gran secreto. El problema es que para que algo sea un secreto alguien tiene que contarlo; una mentira sólo puede ser mentira entre dos verdades, oponiéndose a la verdad que oculta y antecediendo a la verdad que vendrá. Con el secreto sucede lo mismo: todo es un gran secreto, incognoscible, espectralmente inexistente, pero para poder ser calificado como secreto debe existir alguien que lo cuente, alguien que lo denuncie, alguien que lo revele. Sin embargo, falta una tercera parte. En esta coda, es necesario que aquel que revela, vuelva a encapsularse con el secreto; las notas musicales no sólo no se disfrutarían si fuesen eternas, sino que tienen sentido porque están abrazadas por el silencio. A esto los escritores lo llaman el final; es cuando un libro se cierra, dispuesto a volver a abrirse, cada vez que se lo necesite. Las mentes se oponen a la eternidad, les gusta el conflicto, aman la intermitencia, aman tanto la risa como el llanto, el primero porque los hace llorar y el segundo porque los hace reír. Así, el trabajo más penoso siempre será el de los héroes de las historias, el de los grandes hombres, que una vez que han triunfado deben humillarse a sí mismos, involucionar, deben oponerse a su propia experiencia para dar lugar a una nueva revelación y una nueva caída, y así para siempre la dialéctica sin fin. Deben cerrar el ciclo para que usted, lector, quede satisfecho con lo que acaba de leer, placentero y con una sonrisa (o tal vez unas lágrimas ficticias) al haber llegado al fin. Y una y otra vez abrirá el libro y me verá caminar, y me verá llorar, y me verá morir, y me verá volver a caminar. Usted tiene un final, es capaz de cerrar
los ciclos, es capaz de librarse de la artificialidad.
Cierro paréntesis.
Y yo estaba caminando por allí y llegué de nuevo a la puerta. Lentamente la abrí y me encontré en el salón de antes, blanco, junto a los vasos, blancos, y bajé las escaleras. Los escalones parecían más que antes, porque estaba más cansado o porque los había contado mal. Mi mente estaba en otra parte: pensando en la conferencia intrascendental para la línea y en el frívolo invierno que había comenzado a nevar y a llenar de blanco las nubes, la tierra, el sol. Y allí, casi desnuda en medio de la blancura de lo que antes era una ciudad, la vi, sonriéndome tras el ventanado portón. Su carmín escarlata reflejaba a besos eternos y su viva desnudez me incitaba, me llamaba a los gritos a acercarme. Mis botas se hundían en la nieve y me costaba un gran esfuerzo cada paso que daba; la necesitaba pero me daba la impresión de que con cada paso avanzaba más lento
Estaba ya a punto de arrojarme, a unos pocos metros de distancia, cuando de la nada una implacable bala la atravesó, a la altura del pecho, y la sangre comenzó a brotar de la herida. Ríos brotaban, ríos que tiñeron la nieve de un escarlata que olía a mi desesperación, un escarlata que sabía a una sádica venganza. Ahí venía Él a matar mi única esperanza... Y el vaso con las pastillas y la droga dejó de hacer efecto...
La blanca salita acolchada volvía a mi cabeza y me estaba impacientando. Los terribles recuerdos, el asalto, la carnicería, se hacían más claros a medida que el sedante me abandonaba. No lo soporto más, no lo soporto más. Desde que aquella mujer murió, en mis manos, estos sueños son cada vez más recurrentes, ¡y yo nunca quise hacer eso! Mi familia, mis amigos, ¡yo la amaba! Tal vez algún día alguno entienda que en verdad no es que estoy loco, no, no, no, no estoy para nada loco ¿podrá entender alguna vez mi amada que esa no era mi intención? ¿podré contarle a alguien que lo que hice fue por verdadero amor? Pareciese como si las acciones de un hombre se le pueden dar vuelta en un segundo, y un segundo puede condenarlo a la soledad, y hasta la muerte...
Estos sueños son en parte de aquí, y aquí me permito una lección, lector: ¿te gusta entender? ¿te gustan los giros dramáticos? ¿te gustan las historias atrapantes? Pues has sido engañado de nuevo, porque yo he encontrado una salida –a la eternidad-, me he librado de estas cadenas, y tu te quedarás para siempre encerrado, en tu triste cabeza, reflexionando y reflexionando, sin saber jamás nunca que fue...