viernes, marzo 23, 2007

Ave y pez en camino.

Una página vuela,
y se empapaba de sal,
de luces y luciérnagas,
de caminos marcados en mar.
Gorda aguja negra
baila, vuelta, baila,
ruinas sobre ruinas;
quedan esas sonrisas,
y es lo único que queda.

Grietas en una pared,
por donde escala la vida pasajera.
El amor siempre es una quimera,
que no tiene ni pastillas ni perdón
Las madrugadas a veces tienen sol,
narraba un medio vaso de ron,
y a veces te llueve carbón.

Olía aún a perfume de primavera.
No era demasiado lejano,
no era una línea,
era una frontera.

Un enano decía adiós
a una muerte pasajera.
Un hombre cargaba el revolver,
apretaba los dientes,
y daba la salida de meta.

lunes, marzo 12, 2007

Una vez, cuando tenía cinco años, iba de la mano de mi madre, luego de volver del jardín. Era mediodía, un día de noviembre, aunque no como estos noviembres calurosos, infernales y donde no se puede respirar. Casi puedo ver la situación: yo, con un guardapolvo verde, de un metro y dedos de estatura, rapado y con una buena sonrisa. Mi vieja que no sé por qué me vino a buscar, probablemente porque en ese momento no trabajaba, nunca estaba tan ocupada.

Claro, caminábamos... (cosa que cada vez hacemos menos) y caminábamos las siete u ocho cuadras que nos separaban de nuestra casa, un departamento de dos ambientes sobre San Juan y alguna calle que se ahogó en alguna de mis lagunas.
Ahí fue que ibamos caminando y pasamos por una plaza chiquita, con verdes muy saturados por la época del año, que tenía de esas baldosas rectangulares lisas de cemento (no de las cuadradas chiquitas que te hacen retumbar cuando vas con los patines, con la bicicleta o con la patineta). Allí, pasando, me di cuenta que una y media de estas baldosas se habían ido para abajo. La verdad no sé bien a qué se debía ni por qué es que se habían caído, pero se podía ver la tierra bajo toda esa capa de asfalto, granito y piedra que cubre la ciudad.
Y ahí, justo ahí, vi una planta crecer y trepar desde abajo hasta la superficie, escapándose de las baldosas. Fue, realmente, lo más hermoso que presencie en mi vida.
Creo que nunca fui tan alegre como en ese momento.

Aunque, quién dice, tal vez algún día encuentre una flor.

sábado, marzo 10, 2007

Cora

Un sueño del corazón,
que nos destruye las ideas,
el pecado que pasó,
un tonto solo y sin mar,
un frío gris invernal.

Tomaste del tiempo,
de la era del dolor.
Una decisión nos mató,
bebimos por años del polvo.
Los ojos ya no veían mar,
ni en verano ni en primavera.
El sol nos juzgaba de mañana,
el alma sufría condena eterna.

Pero de vez en cuando,
resuena una melodía.
Que como miel te enciende
ese malcriado corazón.
Y no hay pan para mañana,
pero los sueños están para soñarlos.

Todo me lleva a esta canción,
brinda sin vasos un día
que el alba te traiga
esa nueva salvación.