domingo, mayo 19, 2013

Glosolalia



Pocas cosas pueden decirse sobre la muerte, más que esperamos que cuando llegue lo haga rápido y con la dignidad necesaria para transitar lo intransitable. No hay nada peor en la muerte que la soledad. 

Y no hay nada peor en la soledad que el silencio.

El silencio es aquello que nos lleva, pausada y serenamente, hacia la locura, como si lo único que pudiera salvarnos es la misma aventura contra la que luchamos toda la vida.  Los golpes de fe contra los que alzamos la mismísima condición humana, tienden a gotear flaquezas en tanto y en cuanto lo verdaderamente imprescindible nos coloca, desnudos, frente a lo que siempre fuimos: acción, dinamismo extremo. 

Cada pulsión, cada tirón de sangre que chorrea por dentro, sin darnos cuenta, sin ser conscientes las más de las veces, de que los pequeños triunfos no sirven más que para el regocijo insípido de una fiebre que nunca va a acabar. Es el fuego lo que respiramos dentro, la tremenda satisfacción de estar vivos, lo que nos quema y nos hace cenizas.

Y de ahí, el viento. La soledad y el viento, el silencio, la muerte: grandilocuencia poética para no nombrar nada.