martes, diciembre 26, 2006

Lady in Red (2).

Y crucé, y me encontré con la nada. La antigua y artificial luminosidad que había invadido los pulcros cuartos anteriores iba desvaneciéndose, poco a poco, pero tan rápido que cuando la puerta se cerró, todo quedó en la más anómica oscuridad. No corría viento en aquella habitación: no habían olores, no había movimiento, no había nada. El espacio (o el tiempo, tal vez) se había deformado hasta tal punto que había perdido cualquier tipo de forma; parecía como si mi conciencia flotara, etérea, en un yermo desterrado de imágenes, sonidos o cosas... no sabría como describir lo que sería indescriptible, pero la soledad, creo, es lo más cercano a mi incertidumbre errante en aquella oscura habitación. Claro que las abstracciones, las tautologías con las que tanto se atontan los filósofos, quedaron completamente obsoletas cuando se encendieron las luces.

No me había dado cuenta hasta entonces pero al parecer muy cercanos a mis pies crecían unos pequeños focos -unas bombillas redondas como del tamaño de una mano y de lo más simpáticas- que comenzaron a encenderse y a soplar una débil luz amarillenta, describiendo así las aristas e intersecciones del pasillo en el que me encontraba. Estas luces, un tanto mortecinas, no llegaban a mostrar claramente el techo y con suerte alcanzaban a permitirme no tropezar mientras daba algunos pasos hacia delante; al menos podía ver mis pies y mis manos. El camino, así, resultaba un tanto fantástico con esas luciérnagas al borde del camino y yo avanzando bajo un techo con luna nueva, sin saber a dónde me dirigía y un poco más escéptico y asombrado con cada paso que daba.

Un paréntesis.

En algún viejo continente, perdido y olvidado, se dice que el mundo es oscuridad. La esencia básica de todo lo que nos rodea es ese incandescente negro que, aunque si bien las sombras no tienen colores, podría hacerse una aproximación. Este negro, esta sombra, piénsenlo un segundo como el silencio, piénsenla como la oscuridad, piénsenla como un secreto. Un gran secreto. El problema es que para que algo sea un secreto alguien tiene que contarlo; una mentira sólo puede ser mentira entre dos verdades, oponiéndose a la verdad que oculta y antecediendo a la verdad que vendrá. Con el secreto sucede lo mismo: todo es un gran secreto, incognoscible, espectralmente inexistente, pero para poder ser calificado como secreto debe existir alguien que lo cuente, alguien que lo denuncie, alguien que lo revele. Sin embargo, falta una tercera parte. En esta coda, es necesario que aquel que revela, vuelva a encapsularse con el secreto; las notas musicales no sólo no se disfrutarían si fuesen eternas, sino que tienen sentido porque están abrazadas por el silencio. A esto los escritores lo llaman el final; es cuando un libro se cierra, dispuesto a volver a abrirse, cada vez que se lo necesite. Las mentes se oponen a la eternidad, les gusta el conflicto, aman la intermitencia, aman tanto la risa como el llanto, el primero porque los hace llorar y el segundo porque los hace reír. Así, el trabajo más penoso siempre será el de los héroes de las historias, el de los grandes hombres, que una vez que han triunfado deben humillarse a sí mismos, involucionar, deben oponerse a su propia experiencia para dar lugar a una nueva revelación y una nueva caída, y así para siempre la dialéctica sin fin. Deben cerrar el ciclo para que usted, lector, quede satisfecho con lo que acaba de leer, placentero y con una sonrisa (o tal vez unas lágrimas ficticias) al haber llegado al fin. Y una y otra vez abrirá el libro y me verá caminar, y me verá llorar, y me verá morir, y me verá volver a caminar. Usted tiene un final, es capaz de cerrar
los ciclos, es capaz de librarse de la artificialidad.

Cierro paréntesis.

Y yo estaba caminando por allí y llegué de nuevo a la puerta. Lentamente la abrí y me encontré en el salón de antes, blanco, junto a los vasos, blancos, y bajé las escaleras. Los escalones parecían más que antes, porque estaba más cansado o porque los había contado mal. Mi mente estaba en otra parte: pensando en la conferencia intrascendental para la línea y en el frívolo invierno que había comenzado a nevar y a llenar de blanco las nubes, la tierra, el sol. Y allí, casi desnuda en medio de la blancura de lo que antes era una ciudad, la vi, sonriéndome tras el ventanado portón. Su carmín escarlata reflejaba a besos eternos y su viva desnudez me incitaba, me llamaba a los gritos a acercarme. Mis botas se hundían en la nieve y me costaba un gran esfuerzo cada paso que daba; la necesitaba pero me daba la impresión de que con cada paso avanzaba más lento

Estaba ya a punto de arrojarme, a unos pocos metros de distancia, cuando de la nada una implacable bala la atravesó, a la altura del pecho, y la sangre comenzó a brotar de la herida. Ríos brotaban, ríos que tiñeron la nieve de un escarlata que olía a mi desesperación, un escarlata que sabía a una sádica venganza. Ahí venía Él a matar mi única esperanza... Y el vaso con las pastillas y la droga dejó de hacer efecto...

La blanca salita acolchada volvía a mi cabeza y me estaba impacientando. Los terribles recuerdos, el asalto, la carnicería, se hacían más claros a medida que el sedante me abandonaba. No lo soporto más, no lo soporto más. Desde que aquella mujer murió, en mis manos, estos sueños son cada vez más recurrentes, ¡y yo nunca quise hacer eso! Mi familia, mis amigos, ¡yo la amaba! Tal vez algún día alguno entienda que en verdad no es que estoy loco, no, no, no, no estoy para nada loco ¿podrá entender alguna vez mi amada que esa no era mi intención? ¿podré contarle a alguien que lo que hice fue por verdadero amor? Pareciese como si las acciones de un hombre se le pueden dar vuelta en un segundo, y un segundo puede condenarlo a la soledad, y hasta la muerte...

Estos sueños son en parte de aquí, y aquí me permito una lección, lector: ¿te gusta entender? ¿te gustan los giros dramáticos? ¿te gustan las historias atrapantes? Pues has sido engañado de nuevo, porque yo he encontrado una salida –a la eternidad-, me he librado de estas cadenas, y tu te quedarás para siempre encerrado, en tu triste cabeza, reflexionando y reflexionando, sin saber jamás nunca que fue...

martes, diciembre 19, 2006

El Ciclo Lunar.

Resuenan las pisadas
de una deseada revolución:
impiadosos los fantasmas
los que la atrincheran
y la persiguen, mas
en bandejas azules, verdes y doradas,
navegan las fuerzas
de la violencia del leviatán.
Mecanizadas fauces,
al aire, al niño, al hombre,
no aguardan a devorar.

El sol anochece, la luna amanece,
un viento encrudece el alma
de lo que se mantienen de pie,
y las balas dejan anillos
se aferran suspiros rojos,
y los disparos vuelven como un imán.

Las mujeres de hielo quiebran
sus ojos,
el dolor no le abre la puerta
a la piedad,
la muerte huele muerte,
y su baba escarlata
sobre la tierra chorrea.
Los lagos crecen oscuros,
infinitos, eternos y sin regreso,
los parias naufragan,
sin saber qué quedó atrás.

Todo ya concluye,
silenciosas campanadas
dibujan la coda fatal.
Y una y otra vez,
y una y otra vez,
y una y otra vez,
todo vuelve a empezar.

domingo, diciembre 17, 2006

Balada de un gallo sin voz.

Como quien dice...
disfruta el silencio
porque es todo lo que resta
y todo lo que tendremos

Como quien dice...
abraza el olvido
porque no quedan más rincones
donde encontrarnos vivos

Como quien dice...
ayuna de besos,alas, y llamas,
Solo quedan los huesos,
y un sol sin mañana.

Como quien dice...
ahí va un ave solitaria,
que ni con su canto consuela,
a la tristeza de las guitarras.

Como quien dice...
la vida es tan breve (Victoria),
el mundo se detiene, siempre,
antes de que el gallo cante.

viernes, diciembre 08, 2006

Lady in red.

El otro día la conocí. Llevábamos siglos perdidos, entre lujuria artificial y vergüenza, flotando entre anillos y anillos, deshechos y olvidados de nosotros mismos.

Habrá sido un día soleado (¿o acaso nublado?), en esas tardes donde la primavera juega a no estar, y los guantes nos alejan de lo inmediatamente real, cuando los sentidos se echan un paso para atrás y los paraguas afloran frívolos (probablemente haya estado nublado pues). El frío mostraba esas mecánicas mandíbulas y sonreía.

Hago aquí un punto y aparte para dar abrirles mi maletín mental y pedirles perdón por ser tan recurrente en el impreciso y desarraigado uso del condicional subjuntivado, pero todo mi pasado ya me estoy dando cuenta, está condenado para siempre a encadenar a mi futuro, que será siempre mi pasado.

La cuestión es que sería yo uno de esos pobres indios que vagan sin norte ni tierra, tan desamparados, inventando muecas para sobrevivir a este tremendo jardín de apatía indiferencial (¡gran pique-nique de manzanas verdes y bombines!), donde actualmente me encontraba. Alguno de ellos, pelado, además de encerdecido -y es probable que con una postura inverosímilmente recta- me invitaría a una convención de esas donde se explica nada y se entiende aún menos. Cruzando algunas palabras con el hombre (¿o mujer?):

- Acérquese, pruebe un poco de los nuevos conocimientos que le ofrecemos. Le advierto, no es apta para individuos cohibidos producto de la sistematicidad de sus valores y el encadenamiento a antiguos conceptos total y absolutamente carentes de articulación real, objeto de una subjetivización emocional y antagónicos de cualquier tipo de verdad.

Estupefacto, y sin terminar de comprender lo que para mí eran palabras vacías, caminé unas cuadras hasta llegar a aquel extraño lugar. Sin embargo, olvidé que la extrañeza era en este mundo algo tan utópico, tan revolucionariamente imposible, que era absurdo pensar que habitase detrás de ese ventaneado portón. Atravesé el umbral y miré a ambos lados: una absoluto orden guardaba la soledad de las dos alas que se abrían a mi lado. Blanco, enloquecedoramente blanco. El piso, las paredes, hasta el techo (¿qué importa el color del techo si aun así nadie mira para arriba?) estaban pintados con la intención, quizá, de dar una sensación de armonía y bienestar, de comodidad. Encaré hacia las escaleras –ya que no había mucho más que ver en la hipnótica austeridad del blanco salón- y subí los treinta o cuarenta peldaños que me alejaban de aquella convención. Arriba, ya, sólo encontré una puerta (blanca) y una especie de bidón, con miles de vasos tirados en un pequeño cesto que había al lado. No sé con certeza cuantos habrán sido, tal vez doscientos, tal vez, trescientos... trescientos vasos (blancos, claro) amontonados dentro de un ínfimo cesto de basura, que casi quedaba chico para el volumen de vasos “descartables”.

Para hacer la cosa corta, atravesé la puerta y llegué a un tercer salón.

domingo, diciembre 03, 2006

Obscuras golondrinas.

Son las golondrinas
las que sobrevuelan mi canto.
Los cuervos sin costillas
los que aparean mis ratos.

Soy la dulce amargura
desde el Norte,
y la bastarda verdad
desde el Sur.

Intento comer fortunas,
de momentos pasados,
vomitando lamentos
escritos en braile.

El lejano mar.
Nunca jamás.

Sin poder naufragar.

viernes, diciembre 01, 2006

Les yeux (qui ne voyent rien).

Ven.

De lo alto
de las nubes
de los vientos
de los tiempos
del instante
del momento
del estar
del ser
del anhelo
de la esperanza

del luto de Morfeo
de la última llamada
de la nada
del bye bye
del olvido

del déjà vu
del cariño
del amor

de la rabia
del corazón
de la sangre
de mi cuerpo
de tu cuerpo
de tu piel
de tus pechos
de tu esencia
de tus velos
de tus labios
de tus dedos
de tu intento
de encontrarme

pero yo,
ya,
no tengo ojos
ni para ti,
ni para nadie.

Se los llevó el viento.