Hay un mito sobre que las hojas derramadas
nunca podrán volver a volar;
de miradores en edénicos paisajes
que no son más que supermercados,
donde marcan ficha disecados arcángeles
De amor y paz, de cielos y de Dios:
las estrellas y la malcriada luna,
en su reiterativo rol de prostitutas,
a otro bastardo de las dudas,
insolentes, huyan a engatusar.
Las mañanas diferentes son las mismas
al negarte a ver la luz del día;
si te gustan las mentiras con vino y sandía,
todas las fiestas son secretamente
un sabroso cocktail de alcohol y agonía.
Si pincha la carreta de la fortuna,
en el camino ocre de la vida,
no te auxilies con la melancolía;
la desgracia no es más que una gitana,
excepto para el infeliz que la hace cuñada.
Y no es que el vagabundo sea austero
sino que hay un hoyo en la galera.
Y el caballero del traje de pigüino,
tiene en el armario escondido,
un disfraz de piel de gorila.
(como quien dice: que no te duerman con cuentos de hadas)