Hay dos tipos de caminantes solitarios: los caminantes nocturnos y los caminantes diurnos.
Por un lado, y contrariamente a lo que muchos piensen, a mi entender el caminante más dichoso de estos dos es el caminante nocturno - y su respuesta no es muy compleja. Salvo en casos particulares (trabajo, vampirismo, claustrofobia) el caminante nocturno es puramente movilizado por su propia voluntad y su camino está cortado (pero no cooptado) por una ansiedad emocional o puro espíritu deportivo hacia la búsqueda de lo que vendrá. Es algo establecido que la noche es el horario del resguerdo, de las plegarias y los somníferos, de las pastillas o de los amantes. De esta manera, el hombre o la mujer que decide emprender -sin siquiera su sombra- una travesía en lo mortuorio que puede resultar una ciudad cuando toda esa artificial luz y ese movimiento mecánico ha desaparecido, es simplemente algún instinto cazador o carroñero; es la búsqueda o la percepción de que algo vendrá o, por lo menos, para olvidarse de los venidos. Y de esta forma, la gente es como es. No hay máscaras, no hay testigos o jueces, ni espumosas quintaescencias ni más mentiras. Está bien, es cierto: siempre hay mentiras. Sin embargo, en este caso- son dotadas de algún tipo de complicidad, elucubradas desde uno mismo y no impuestas o mamadas.
Cuando el sol cae se derriten las estatuas de cera, las imágenes comienzan a marchitarse junto con su baja naturaleza. La luna se dedica para dar lugar a la bendita imaginación y los sonidos los pule con su lima de plata; los olores despiertan y el tacto es lo que se agudiza más, casi como en busca de comprensión y algo que lo lleve a algún plano de realidad... y calor.
Por otro lado, se ve uno frente a los desdichados caminantes diurnos. Una película muy reciente decía sin atenuantes "todos los días son dichosos, hasta el día en que mueres" y caminar bajo la macabra sonrisa del Tirano Astro, es caminar siempre en la víspera de la muerte. Las sonrisas no existen, el frío invade y es un frío enemigo y sin misericordia. El caminante diurno camina siempre bajo la lluvia o bajo la nieve, bajo el sol o bajo el granizo: jamás importa, jamás lo recordará. Todas sus caminatas son absolutamente iguales y, si bien es inmortal, vive inmerso en la eterna impotencia entre el el hielo y la ausencia. ¿Ausencia de qué? El caminante diurno simplemente es presa de la soledad de sí mismo, un agujero en el traje y en la memoria. El trabajador, el suicida y el madrugador pasan desapercibidos, devienen en una masa gris y reacia de lagrimear, carente de todo tipo de sentimientos, incapaz de expresar descontento porque simplemente no sufre. No sufre. Y a cualquier día pulcros y ajenos.
El caminante diurno es preso de una mentira que él no ha inventado, que él no ha elegido y sin embargo debe seguir protegiendo. No saben muy bien por qué lo hacen algunos. Toda esa etiqueta, la preparación, ese juego de máscaras en blank, la misse en place, su rol de marionetas; están aturdidos y muchas veces no gustan despertar. Generalmente se cruzan, hay un atisbo de mirada -lápidas, huesos- y todos con la misma cara, todos con la misma ansiedad, y todos con una única preocupación: llegar hasta el final de la estación.