Había una montaña infinita frente a mis ojos.
Estaban las nieves que trepaban buscando consuelo,
como yo, en los cielos,
cerca, pájaros que soñaban volar tan lejos y tan alto,
pálidas nubes, y la escarcha del viento,
un hombre rengueaba hacia la punta del destierro.
Él estaba amordazado de angustia y caminaba por aquella montaña
leyendo epitafios en la nieve. Donde se abandonan los amores,
el Oblitterator reina, corrige y manda.
Arriba, conoció a un niño puro perdido en medio de un tan espantoso silencio, que no conocía ni su nombre. Lloraba por las heridas espantosas revoluciones, trompetas difuntas y muchachas desenamoradas. Los naufragos morían sin saber siquiera si alguien algún día los encontraría en cualquier lugar...
La primavera no se atreve a poner un pie en el Chomolungma, y las almas de los parias están desnudas en la inmensidad de la nada, se arrepienten los ojos de sus miradas. Los espectros devoran fantasmas. Lágrimas de hielo, latidos sin calor, cuerpos inmóviles; estalagmitas que flagelan en el mundo sin melodía ni sol.
Y cuando pensó que estaba a punto de salir, se encontró, en el hielo reflejado... él y yo,
pero ya éramos nadie.