El otro día me deshice en versos.
Un puñal que llegó a toda prisa,
invisible, olor a bueyes,
arrollador y fatalista.
¡Verdugo de alas!
¡quimera sin belerofontes!
un vacío con caída,
el sueño del más largo y
eterno de los silencios.
Una baraja de copas sin reinas
sin guerra fría, más que el hueco,
donde habita el alma misma.
Pero la lujuriosa navaja, espejo roto,
vino del más agraciado de todos los suicidas,
del más dichoso de los Adanes.
El enroque de Ronin y Señor.
Cuando las luces caen y la espina
pica en cada uno de los flancos,
cuando los pañuelos salen de los cajones,
cuando las manos practican agitarse,
solitarias, frívolas y alejadas.
Pero yo soy el amputador,
pero yo soy el traidor.
el Jesús y el Judás,
el asesino y el ahorcado,
el fuego y la arena,
el egoísta que solo escucha
su pensamiento y el del viento.
Y por otra parte, soy el que sueña.
¿Vale la pena soñar o sólo sirve
para terminar de ahogar,
cercenar y enemistar?
¿qué hacer cuando a la margarita
sólo le queda un pétalo,
desplumarla o intentar?
Lo mejor, para siempre:
tu perfecto enemigo
Yo, Judás.