lunes, octubre 09, 2006

The silent sky.

Tengo que quemar el cielo.
Furia, rabia,
latidos de emancipación,
liberarme, revolución.
como el rojo y aliento,
bebo sangre y sudor.

Y aparte, punto.
(aquí, corazón,
adiós,
no hay perdón,
el sentido se escapó,
las margaritas me dijeron que no,
la crudeza de la mediocridad,
dolores donde el bisturí no puede llegar)

Hiberna Dios, ¡tengo que quemar el cielo!
los frívoles adoquines que me tienen de varón,
no me dejan dormir, no me dejan soñar.
Alguna vez un anciano medio vivo,
dijo que lo onírico solo se encuentra
fuera del vaso, más allá del bien y el mal,
más allá del templo de telarañas,
que es su ciudad, su arma real.
Y hay un techo para el superman,
que quiere intentar volar.

Su sinsentido, de vivir,
morir, sobrevivir, amar,
confiar, alimentarse de la verdad,
de la esperanza, del dolor,
de la necesidad.

Tu corazón no se puede escapar,
pero se cree un hada,
¡que se cree especial!
y no se da cuenta de tu rol
de mosca de asfalto y alquitrán.

¡Quememos el cielo!
Destripemos esa artificial seguridad,
instrumento de su risa y bienestar,
carcel para nuestro vivir,
para nuestra mirada,
para nuestra verdad.