No sé a quién decirle que nunca vi el amanecer,
que la niebla no puede deshacerse en mariposas
que la muerte se hamaca en la tierra que pisamos
como si los dinares de aquella arcaica mirada
fuesen solo restos del sol de algún verano malherido
Si sólo tuviese la valentía de perseguir un trueno,
si la espuma dentro de este pecho estuviese
cargada con el mismísimo fuego de prometeo…
No conocí en la infancia otro aire que el de enero,
y, tal vez, porque me cité en la adolescencia con
algunas bailarinas de Degas remendadas
o porque dedique varias barajas a malgastar
en callejones pantanosos,
lo poco de ruiseñor que me quedaba,
le perdí el rastro al consuelo, al aroma a la luna sin velos,
al humo blanco de las nubes con forma de corazones,
al adiós que amadrina un hasta pronto,
a la verdad en los itinerantes panaderos,
a la sonrisa de mi madre, a los abrazos de mi padre…
¿Acaso importa el pasado?
¿acaso el anhelo se marchita
como las rosas que siembran el cielo?
El ocaso es sólo una ilusión para los tontos,
opio para los suicidas, un escalofrío en la vida,
el ocaso anticipa la aurora, lejana y majestuosa.
Me robaré el fuego y el trueno, y la correré
sin llorar sentado, sobre las piedras que tropiezo.
la cazaré:
tropezando,
sangrado,
despedazado,
pero voy a buscarla, afuera, ad continuum…
Ad infinitum.