Aprendí del espejo la soledad
aprendí del olor a sangre
a buscar heridas,
aprendí de la muerte a no ser tan viejo,
aprendí del fuego
el calor de los cuerpos,
aprendí a rasguñar la vida
en callejones sin salida,
aprendí del mar, el día y la noche,
(en las sombras la estupidez),
aprendí que el amor vale nada,
aprendí que el amor vale todo,
aprendí de las copas
a olvidar lo que aprendí,
aprendí del perfume el aroma del viento,
que los besos son en los huesos,
que el sabor de mi alma
está hecha de ceniza,
aprendí de los libros
a vivir en los puertos,
aprendí del asfalto
a mantenerme despierto,
aprendí que los sueños
nunca te dejan despertar,
aprendí en las nubes
a buscar un reflejo,
aprendí de los enemigos
a buscar más amigos,
aprendí que el corazón
siempre late a destiempo,
aprendí de la cobardía
a ser un poco más suicida,
aprendí en los trapecios
a buscar equilibrio
aprendí de los viajeros,
que nunca voy a ningún lado,
aprendí tanto
-y al fin y al cabo-,
lunes, mayo 07, 2007
domingo, mayo 06, 2007
El.
Individuo
El tambor resuena en el corazón,
pero ya no hay nada,
ni nadie.
Y la absoluta extrañez se toma venganza,
abandonandote a la más amarga condena,
un poema absurdo de temor,
unas manos lastimadas, sin canto ni voz,
un anillo rodante e itinerante,
vagando por los túneles de las cloacas,
Solo
Las noches de piedra
aturden a quien fue velador,
sonrisas de humo,
y un beso que se pudre en alquitrán,
que se consume junto con toda pasión,
en el suelo, solo, retorciendose.
Tal vez se pregunten por qué,
los ahorcados en primavera.
Ahora el cielo y el sol, se escapan
en un estéril punto de fuga
a ambos lados.
Quieto
Pero ya hasta la luna,
se fue a dormir.
La incógnita del quién vendra
hace una mueca y suelta una leve carcajada,
Sarcástica en ese mar de ausencias.
Lo bueno, es que ya... no hay de qué preocuparse...
El olvido vendrá a rescatarme...
En la Soledad.
El tambor resuena en el corazón,
pero ya no hay nada,
ni nadie.
Y la absoluta extrañez se toma venganza,
abandonandote a la más amarga condena,
un poema absurdo de temor,
unas manos lastimadas, sin canto ni voz,
un anillo rodante e itinerante,
vagando por los túneles de las cloacas,
Solo
Las noches de piedra
aturden a quien fue velador,
sonrisas de humo,
y un beso que se pudre en alquitrán,
que se consume junto con toda pasión,
en el suelo, solo, retorciendose.
Tal vez se pregunten por qué,
los ahorcados en primavera.
Ahora el cielo y el sol, se escapan
en un estéril punto de fuga
a ambos lados.
Quieto
Pero ya hasta la luna,
se fue a dormir.
La incógnita del quién vendra
hace una mueca y suelta una leve carcajada,
Sarcástica en ese mar de ausencias.
Lo bueno, es que ya... no hay de qué preocuparse...
El olvido vendrá a rescatarme...
En la Soledad.
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