Que me persiga la muerte,
que no me va a alcanzar.
Que me chifle el silencio,
que no me va a callar.
Y las tristes tribulaciones
de esos tres tigres
no tronarán mi cabeza
ni beberán de mi lágrimas,
aunque a veces dijera
que vivo de ellas para vivir.
Repetiré si tengo que repetir,
hasta nunca mi lengua cantará;
sin flores, un frío de compañía
al que adorne coronas
en la cabeza del quevendrá.
¡Remontan a la luna
las gaviotas de mi locura!
Trenzadas las sonrisas
la luz blanca en la deriva,
mis versos son cenizas
y que del fuego se rescriban
en el suelo, otra vez y una.
No fue nada la ternura,
que no haya escuchado.
No fue nada el firmamento,
que no vaya a alcanzar.
Aunque hablo de algo raro
(embriagado de lo abstracto,
efímero como lo eterno,
eterno como lo perfecto)
contar puedo una cosa
-y que la parca tome nota-
es impiadosa mi sangre en
los estribos del horizonte;
la veo desde el monte
a la sombra de mis días,
y dos puntos lo siguiente:
que no espere la agonía,
que me trate de alcanzar.