Tenían un aspecto a guante de látex de Willy Wonka, o a ese líquido pringoso que por algún motivo quiere dominar el mundo en la película de los Power Rangers.
Era de plástico pero resplandecía púrpura, un purpura que se extendía por mis manos, mis ojos y bañaba hasta al suelo que miraba. No sabía donde estaba.
Al solo el miedo me agitaba. Y después empezó la interferencia. Pero no esa interferencia punzante, que causa irratibilidad y para la cual probablemente exista una tonelada medicación que puede consumirse para no escuchar, para no sentir más.
No, era un sonido sutil pero que rebotaba en las paredes, en mi ropa teñida, en todos lados. Te abrazaba. Y te devoraba.
Y en medio de toda esa locura, dos puertas violetas.