Y aquel bajo hombre,
rubicundo y de granos,
un alma de oruga, un cisne medio vivo
una confianza casi invisible
un camino que se borra al andar,
"¡Marinero!", le gimen
"¿marinero de aquellos barcos que se rasgan
quiebran, deshacen, fallecen
sobre la obtusa línea del horizonte?
¿sobre el inalcanzable remedio a los
primates que busca la verdad?"
Con una desdicha tan dicha,
¿dónde ir cuando todo es mentira?
¿dónde caminar cuando el suelo
son alfombras de Satanás?
¿dónde morir cuando el vientre de la tierra
es tan infanticida?
Y el aire nefasto que entra por las narices,
¡y el viento deshace con su huesuda mano
todo lo que palpa!
Pero el hombre se pregunta dónde ir cuando todo
todo, se compra menos la libertad,
¿dónde escapar cuando la Verdad sólo se dedica
a cercenar y educar, cuando todo lo que hay
de bello para encontrar, no se debe ni pensar?
Y cuando el paraíso, es solo un paisaje artifical,
cuando los libros nunca están hechos de arena,
cuando las serpientes de dos pies se dedican a incitar...
El hombrecito vive madrugadas de invierno,
las tormentas de fuego,
su sueños de papel higiénico.
Allí se asoman aquellos besos de la brisa de sal,
pequeños reflejos que dispara la aurora,
el sabor a los límites infinitos,
el horizonte que cada vez más lo invita a pasar,
el mar lo tienta, lo abraza,
el mar lo embebe y lo diluye:
el Aquiles que es más que inmortal,
ave de su propia libertad.